Pues ya estamos de vuelta. Poco a poco, recuperando la rutina madrileña, tras el viaje a Bristo, a la I European Babywearing Conference, de la que empezaré a hablarte en el próximo post.

Hoy, me gustaría contarte sobre el viaje en sí, sobre Bristol y su gente. Yo viajé con Lucas, que tiene ahora dos años recién cumplidos. Y voy a empezar por agradecerle al chico que le tocó a nuestro lado en el avión de ida su amabilidad y simpatía. Lu se pasó medio viaje de pie encima de él y le estuvo cantando, haciendo el cucútras, comiéndose las galletas que le metía en la boca…

Llegamos de noche, muy tarde, a las doce!! Así que agradecí la eficacia del servicio de taxis de aeropuerto. Desde una oficina te gestionan la dirección, el importe, que el coche lleve silla infantil, etc., y luego viene el taxi y te lleva a tu destino, sin riesgo de que te den un paseo por Bristol y te claven una buena carrera, por ejemplo.

Al día siguiente amaneció chispeando. Debe ser lo normal, porque allí nadie (o casi nadie) llevaba paraguas ni chubasquero ni nada, pero nosotros no somos ingleses, así que tras localizar un paraguas baratito nos fuimos a dar un paseo. Descubrimos una bonita ciudad con cuestas y río (las ciudades con río y las ciudades con cuestas siempre me resultan bonitas, Bristol tiene de las dos cosas).

Bristol con calorAfortunadamente al mediodía llegó Nohemí, y como siempre va en tirantes, se trajo el sol de Canarias a Inglaterra (o al menos a Bristol) y tuvimos un clima excelente, incluso con calor de más, el resto del viaje. Tanto, que Mencía y Lucas se bañaron cada vez que tuvieron oportunidad en lo que parece ser la «piscina» popular de Bristol: las fuentes de la plaza del At-Bristol, justo al lado del hotel donde nos alojamos.

Pero de lo que yo quería hablarte sobre todo, y lo que da título al post, es de la amabilidad de la gente, y de lo bien cuidadas que nos sentimos.

Dos niños pequeños (de dos años) no precisamente tranquilos, todo el día de parranda para arriba y para abajo, fuera totalmente de su ambiente… pues puede ser una combinación «interesante» a la hora de comer en un restaurante (o de asistir a una conferencia, hehe).

Cenando tranquilasSin embargo, no nos encontramos ni una sola mala cara en todo el viaje, más bien al contrario, la gente resultó amabilísima incluso en los momentos más tensos. La primera noche, por recomendación de Azucena, fuimos a cenar al restaurante que Jamie Oliver tiene en Bristol, el Jamie’s Italian. Un restaurante de comida italiana, como su nombre sugiere, con el toque interesante de la comida de Oliver.

Aunque el personal que nos atendió resultó encantador, la verdad es que les resultó fácil, ya que nuestros pequeños durmieron como lirones durante toda la cena. ¡No nos lo podíamos creer!¡Conversación de adultas! ¡Comer sin manitas entrando en nuestro plato! ¡Beber vino sin que intentaran catarlo! La verdad es que lo disfrutamos muchísimo. Que conste que nos encanta comer con nuestros peques y que puedan comer lo mismo que nosotras, pero de vez en cuando una comida tranquila sin estar pendiente de ellos se agradece (sobre todo por lo escaso del fenómeno :lol:). Tiramisú naranjaLa comida estaba riquísima, la selección de panes impresionante, y el vino, bueno, curioso, porque se supone que es un vino de cierta calidad que produce el mismo Oliver pero envasado en brick eco-friendly. Qué quieres que te diga, será muy eco-friendly, pero a mí el buen vino me gusta en botella de cristal con tapón de corcho. Y de postre, un tiramisú a la naranja que estaba mmmmm ¡impresionante!

Además, para la cena, llegó Rosa Elena, la tercera «en discordia». También representando a Red Canguro, asociación que preside. Y ya las tres juntas nos fuimos para el hotel, muy contentas con la cena (por contenido y por compañía).

Al día siguiente, Rosa Elena se fue de excursión por su cuenta, ya que al ir sin niñas, se podía permitir más movilidad que nosotras, que tenemos que ir al ritmo de dos caminantes en miniatura. La hermana de Nohe ha vivido en Bristol varios años, y nos había dado una lista de lugares que visitar. Nosotras, chicas listas, viendo el ritmo que llevábamos, decidimos hacer selección: nos quedamos con su recomendación de restaurante, el Pie Minister, que nos pasamos de largo y tuvimos que encontrar con la ayuda de la amable gente de Bristol.

Y una vez que lo encontramos, de nuevo la gentileza que nos ha enamorado. Dejaron a los niños tocar el piano a sus anchas, se rieron cuando en una carrera Lucas se les coló en el almacén, y no nos miraron mal en ninguna de sus variadas hazañas. Y además, la comida («pie» como tartas-empanadas saladas acompañados de puré de patata y guisantes) y la bebida (en mi caso, sidra de frutos rojos) estaba riquísima. ¿Qué más pedir? Ah! sí, haberlos encontrado a la primera, una hora después estábamos a punto de desistir…

Disfrutando la comida

Y esa noche tras el agotador paseo (andamos poco, pero a ritmo de pequeñitos, cansadíisimo), y tras un baño en la fuente, nos fuimos muy prontito a la habitación, con un sandwich cada una, a disfrutar de nuestro merecido descanso, recuperar fuerzas para el sábado, primer día de la Conferencia (#ebwc).

Como de la conferencia te hablaré aparte, solo decirte que fue un día muy completo del que salimos gratamente convencidas de que el nivel que tenemos en España es muy bueno. Conocí a mucha gente con la que llevaba tiempo en contacto y disfruté mucho de ir a un sarao de familias porteadoras de otros lugares del mundo (había gente de Europa, Asia, Oceanía y América) con las que comparto tantas cosas (muchas más de las que pensaba, por otro lado).

EBC en el puertoY como hay que cuidarse, y llevábamos todo el día metidas dentro del evento (hay que ver qué mala suerte para los autóctonos que asistieron, cuatro días de sol consecutivos y se pasaron dos «encerrados»), cuando acabó la conferencia, a las 17:00, y tras un repaso de chapa y pintura, nos fuimos a dar un paseo por una zona de ocio que hay justo al lado del hotel (la verdad es que estaba muy buen situado) en una de las ramas del río, al lado del puente llamado «Pero’s Bridge». Allí aprovechamos para cenar, en horario inglés, es verdad, pero es que estábamos cansadas y, al menos yo, hambrienta.

En el sitio que elegimos la gente estaba encantada con las risas y juegos de los niños: todo el mundo estaba pendiente de que no se tropezaran con las mesas o escalones, pero de «buen rollo». Les daban palique e incluso les regalaron dos bolsas de patatas, uno para cada uno. Lo dicho, gente muy amable y generosa con los niños.

El domingo también fue día de conferencia y al salir nos fuimos a descansar a un parque que también estaba muy cerca del hotel: Queen Sqare. Con niños pequeños, pero que no quieren ir aupa todo el tiempo, desplazarse largos recorridos es misión imposible. Y de nuevo, en la cena, esta vez en un mejicano con todo el personal español (nos sentimos como en casa), notamos la amabilidad para con los niños (debe ser que se contagia al vivir allí): les regalaron sendas bolsas de nachos, y les estuvieron haciendo carantoñas todo el tiempo.

Relax en Queen Square

 

Y, de momento, poco  más que contarte. Al día siguiente nos volvimos a Madrid, no sin antes volver a comprobar la amabilidad de todo el mundo aquí: el señor que conducía el autobús me explicó de muy buen humor (incluso con bromas que me costó entender) cómo llegar al aeropuerto (porque el autobús en sí cambiaba de número durante la ruta), un chico muy majo que me ayudó a subir las maletas al avión, y el chiquito que nos tocó de vuelta en el asiento, aunque esta vez Lucas decidió no prestarle tanta atención como la que disfrutó el muchacho de la ida ;-).

Así que me apunto Bristol como lugar de Reino Unido para visitar con niños. Aunque nos llueva, con la ciudad tan bonita, las actividades para niños (museo de ciencias, acuario, etc.) y la gente amable, seguro que son unas vacaciones geniales, aunque vaya sin RosaElena y sin Nohemí :grin:.

Rosa Elena, Nohemí y yo

 

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contacto

Elena López

Asesora,

consultora y

formadora de Porteo

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