Hace unas semanas fui invitada a dar una charla dirigida a embarazadas sobre portabebés en un CAP de Plasencia. Una amiga (mía y del porteo) había hablado de mi, en relación a la difusión del uso de los portabebés, a la matrona del centro.
Chantal Piquero, que así se llama esta matrona, estuvo viviendo en Francia en los años 80 y coincidió con Michel Odent y Leboyer en el hospital de Pithivier.
En esta época y este hospital fue donde se gestaron las teorías que devolvían el protagonismo del parto, y los conocimientos sobre su transcurso, a la madre y a la comadrona.
No es de extrañar que Chantal considere imprescindible una continuidad natural y fluida del útero a los brazos de la madre.
Quiero compartir con vosotros la introducción que preparó para la charla, unas palabras claras y hermosas pero que además, para mí, representan la esperanza de encontrar profesionales con una visión más respetuosa del embarazo, parto y crianza. Sobre todo en un lugar como Extremadura, en el que, sinceramente, tenemos un largo camino que recorrer.

Nosotras las mujeres, tenemos que recuperar nuestra sabiduría, nuestros cuerpos. No procede hablar ahora de por qué se nos ha arrebatado nuestro cuerpo, nuestra sexualidad, pero creo que poco a poco conseguiremos vivir más plenamente nuestra feminidad. El otro día hablando con un amigo de todo esto me dijo que lo mío era utopía y que es muy difícil que ese mundo del que hablo pueda existir algún día. Sinceramente, no lo creo, pienso que es posible, sólo necesitamos abrir nuestros corazones y seguir lo que sentimos, lo que nos dice nuestro ser interior, esa parte de nosotros mismos que hemos dejado de escuchar pero que contiene toda la sabiduría de la especie aprendida a lo largo de millones de años. Es fácil comprobar alguna situación en la que podemos conectarnos con nuestra intuición. Por ejemplo la situación de las mamás y papás que están desesperados al oír a su bebé llorar. Les pregunto qué es lo que les gustaría hacer en esos momentos. Todos me contestan que coger en brazos a su bebé. Es casi imposible aguantar el llanto de un bebé. Los padres que suelen dejar llorar a su bebé lo hacen porque es lo que se les ha dicho, no porque ellos lo sientan. Todas las madres y padres necesitan coger en brazos a su bebé. Es algo que llevamos en nosotros, es un conocimiento de millones de años. El no hacerlo va en contra de la especie y probablemente de la felicidad. Os voy a contar una historia, tal vez algo utópica para nuestro mundo de hoy pero que sí sabemos que ha existido y que podría volver a ser de nuevo. Imaginemos un mundo donde no existiera ni el poder, ni la manipulación, un mundo en el que, de nuevo el ser humano, gracias a sus capacidades intuitivas, instintivas, innatas, sabría lo que es bueno para él. Un mundo en el que nuestra inteligencia estaría para ayudarnos a crecer y a ser felices.

Imaginemos una mujer que sería consciente de que en el interior de su vientre tiene un útero, yo diría que vivo. Ella puede sentir, en el momento de sus orgasmos, como una oleada de placer se expande por todo su útero. Es como si tuviera un segundo corazón que se contrae y se expande en el interior de su vientre. En esos momentos de orgasmo, ella fabrica una hormona, la oxitocina, que llamaremos la hormona del amor.

Esta mujer decide con su pareja tener un bebé.

Durante el tiempo que dura su embarazo, no tiene ningún miedo. Siente cómo su bebé crece en su útero sensible, lleno de agua. Hay armonía entre bebé y mamá, mucha complicidad.

Llega el momento de nacer, los dos deciden el momento. Ella, de forma voluntaria, empieza a fabricar la hormona del parto, la oxitocina, que es la hormona del placer, del amor. Ésta provoca las contracciones. Unas contracciones que tanto ella como su bebé perciben suaves y amorosas. El viaje hacia el exterior ha comenzado sin prisas. El viaje termina sin miedo, sin dolor, sin llanto, puede que hasta con placer, pues la oxitocina sigue estando presente. Bebé llega a este nuevo mundo bañado en los flujos de su madre, el cuerpo relajado, confiado, algo vulnerable. Sintiendo el calor de otro cuerpo vivo, el de su mamá, se tranquiliza. El tiempo se ha detenido.

Poco a poco lo vemos reptar, gracias a esa memoria de cuando éramos reptiles, hasta encontrar el pezón y empieza a mamar. La simbiosis sigue, todo es perfecto, todo es mágico, es la vida misma.

La vida de un nuevo ser humano es altamente preciosa, por eso debemos respetarla en todos los momentos. Para mí, este taller es la continuidad de esta historia que algunos pueden considerar utópica.

Le dejo la palabra a Vega, gracias.

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contacto

Elena López

Asesora,

consultora y

formadora de Porteo

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