«Zena lo miró sonriendo y aplaudió.Screech la imitó mientras una sonrisa radiante iluminaba su diminuto rostro y avanzó unos pasos más, concentrado en lo que hacía para no perder el equilibrio. Cuando alcanzó a Zena, le arrojó los brazos al cuello. Renunciando a la idea de dejarlo en el refugio, la niña decidió llevarlo consigo.Al llegar a la charca vieron unos antílopes que pastaban junto a ella. Eso significaba que no había ningún depredador merodeando por la zona. Zena instaló a Screech sobre su cadera y echó a andar a través de los densos matorrales.»Lambert JD, 1998, Los círculos de piedra, Barcelona, España, Ediciones B
Siempre me ha llamado la atención, en algunos tutoriales de porteo, el modo lleno de tecnicismos e instrucciones detalladas sobre cómo colocar a un bebé en la cadera.
Y no porque esté mal, no.
A veces bromeando, lo comparo al hecho de que el champú lleve instrucciones: siempre habrá alguien que las necesite. Y vamos, que también puede ser necesario para algunas personas cuando hay condiciones diferentes: movilidad reducida, bebé con necesidades especiales, etc.
Pero quizá, para el resto de nosotros, el tema sea digno de reflexión.
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Veamos.
De niñas, cuando jugamos con muñecos o intentamos llevar en brazos a hermanitos menores, sobrinos, etc. me atrevo a decir que la mayoría de las veces lo hacemos por inercia de una misma manera: encajándonos al muñeco/peque en la cadera. Sobre todo cuando tienen un peso o tamaño considerable, como si fuera un gesto universal.
Me pregunto:
¿En qué momento muchos de nosotros adormecimos el instinto y empezamos a ver como algo engorroso y extraterrestre el hecho de llevar a los niños así?
Y digo extraterrestre porque hasta miradas escandalizadas de abuelas – te quedará caminando como vaquera/o – y regaños de pediatras (desinformados, claro está) – que le vas a perjudicar las piernas – me ha tocado presenciar muchísimas veces.
No me refiero al hecho de llevarlos en portabebés… hablo de llevarlos «a pelo» o brazo «limpio». Sentarlos en nuestras caderas mientras que con la mano libre hacemos otras cosas.
¡Estamos hablando de una forma milenaria y casi automática de llevar un bebé!
Tal vez sea porque el tema me pone sensible. Defecto de profesión, le llaman. Tal vez de verdad, como en toda cosa que requiera de cierto aprendizaje corporal, sea conveniente mostrar, explicar de la mejor manera posible, el cómo se hace. Aunque yo creo que con esto pasa lo mismo que con la lactancia: nos hemos desnaturalizado.
Y es por eso, que cuesta tanto asumir que no es normal llevar a un bebé que clama por nuestros brazos en un carrito, aislado muchas veces hasta de contacto visual. Es por eso, que el porteo aún sigue siendo «un fenómeno» en muchos sitios. Cosas de «modernas» o cosas de «antiguos» según quién lo mire.
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Aún recuerdo como mi ex me miraba con cierta aprensión cuando tomaba un «trapo» para sentarme al niño en mi cadera sin cansarme el brazo. Porque «le iba a dañar las piernas».
Y también recuerdo como sentía cierta sensación de triunfo cuando él mismo, llevaba al niño como quién no quiere la cosa, sentado en su riñonera exactamente en la misma posición que yo lo llevaba.
Y curiosamente sigo observando la misma tendencia entre los padres que veo por la calle, llevando a sus hijos más pesaditos a horcajadas en sus riñoneras.
También recuerdo a una madre del colegio donde estudiaba mi hijo, que llevaba a su bebé de unos 5 meses, sentado igualmente en su cadera y sostenido por una bufanda:
–Es que Joan – el bebé – ya pesa demasiado mamá – le decía a la señora que tenía al lado – así que me hice «este invento» porque no aguantaba más, además va igualito que si lo llevara a caballito aquí – decía señalándose la cintura.
Obvio esa chica «no sabe nada» (pongo entre comillas porque para mi ya eso es saber bastante) de porteo ni mucho menos ha buscado instrucciones de cómo colocarse a su bebé en sus caderas. Y seguro que si las busca, sonreirá con esa sabiduría especial que a veces conservamos las mujeres cuando vemos «tecnificadas» las cosas que «se han hecho toda la vida».
Igual siempre quedará la esperanza, de que todos algún día nos reconectemos con esa parte instintiva a la hora de cuidar a los más pequeños de la manada. Tal vez en un futuro no sean necesarias las asesorías técnicas ni de porteo, ni de lactancia, ni de nada.
Tal vez.
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