Hace ya un par de meses que tratamos el tema de la lactancia materna «prolongada» en el grupo de lactancia que compartimos con Una Maternidad Diferente. Fruto de lo que allí debatimos y charlamos, es este resumen sobre el tema, que os presentamos a continuación.

Comenzamos la reunión constatando lo poco acertado que nos parece el término lactancia materna “prolongada” porque mediante este término se da a entender que el amamantamiento está durando más de lo que debería y, hoy en día, hay muchos mitos erróneos en cuanto al tiempo que debería durar la lactancia materna.

Atendiendo a las recomendaciones de la OMS, y de los principales organismos nacionales e internacionales en materia de pediatría y nutrición infantil, se recomienda alimentar a los bebés con lactancia materna exclusiva durante los seis primeros meses y, en combinación con otros alimentos hasta los dos años. Además, también recomiendan mantener la lactancia más allá de estos dos años siempre que la madre y el niño quieran.

Así, muchas lactancias que hoy en día se consideran “prolongadas” serían bastante “normales” atendiendo a este criterio.

Pero, ¿qué otros criterios podemos manejar para definir la “normalidad” en cuanto a la lactancia? Katherine A. Dettwyler es una antropóloga que ha dedicado muchos tiempo a investigar sobre el desarrollo de la lactancia materna desde un punto de vista antropológico y evolutivo.

Dettwyler define diversas variables que suelen determinar el periodo de lactancia entre los mamíferos y, más concretamente, entre los primates (orden al que pertenece el ser humano):

  • Destete al alcanzar el cuádruple del peso del nacimiento. Las investigaciones sobre la edad de destete y crecimiento en grandes mamíferos, incluidos los primates, indican que el destete ocurre algunos meses después de cuadruplicar el peso del nacimiento. En el ser humano, esta circunstancia se produce entre los 27 y los 30 meses.
  • Destete de acuerdo con el tamaño del cuerpo adulto. Según esta variable, el destete en el ser humanos se debería producir entre los 2,8 y los 3,7 años. Esta afirmación se basa en un estudio de 1985 que analizaba las variables del ciclo vital de los adultos, incluyendo una fórmula para calcular la edad de destete en función del peso del cuerpo de una hembra adulta. Además de llegar a la conclusión anteriormente expuesta aplicando esta ecuación en el ser humano, este estudio confirmó que las poblaciones formadas por individuos de mayor tamaño suelen amamantar durante más tiempo.
  • Destete en función de la duración del periodo de gestación. Para el chimpancé y el gorila, los primates más cercanos al género humano, la duración de la lactancia es más de seis veces superior a la del periodo de gestación, por lo que la lactancia debería prolongarse, en el ser humano, hasta los 4,5 años.
  • Destete en función de la erupción dental. Algunas investigaciones señalan que los primates destetan a su progenie cuando desarrolla sus primeros molares permanentes. En los niños humanos, esto se produce en torno a los 5,5 o 6 años.

 

Todo ello sin olvidar la principal razón por la que hoy en día se sigue recomendando la lactancia materna: su valor inmunológico. Y es que, hasta aproximadamente los seis años, los niños no cuentan con un sistema inmune maduro y autosuficiente, capaz de generar de manera eficiente las defensas necesarias contra los gérmenes y bacterias presentes en el entorno.

El sistema inmune de los humanos alcanza la madurez y la plena operatividad en torno a los 6 años, por lo que los bebés dependen completamente de las defensas que les aporta su madre a través de la lactancia materna, que, además, son factores inmunes adaptados al entorno en el que vive el bebé. Esta es la razón por la que se habla de los beneficios de la lactancia materna a la hora de prevenir infecciones y enfermedades, y es que no es que la lactancia materna las prevenga sino que, cuando se alimenta al bebé con sucedáneos de leche materna, se le está privando de las ventajas de un sistema inmune maduro y plenamente funcional (el de la madre) con memoria para un gran número de patógenos ambientales, lo que permite que las bacterias campen a sus anchas por el organismo de un bebé con un sistema inmunitario débil e inmaduro.

Un sistema perfectamente adaptado

Cuando el bebé nace, si se le pone en contacto inmediato en piel con piel con la madre, se poblará con las bacterias buenas que están presentes en la piel, la respiración, la saliva de la madre. Está flora bacteriana ofrece una primera herramienta de protección, que se reduce notablemente con la separación al nacer.

Además, el sistema inmunitario de la madre está en contacto con los patógenos del ambiente y crea anticuerpos y factores inmunes adaptados para luchar contra estos elementos potencialmente peligrosos. Y no solo hace esto, sino que se los transmite al bebé a través de la leche materna. El sistema está perfeccionado para que madre y bebé no se separen, ya que al compartir el mismo ambiente, se garantiza que el bebé recibe anticuerpos adaptados para los microbios de su entorno.

Por otro lado, recientes estudios han demostrado que parte de la saliva del bebé llega al organismo de la madre a través del pecho, obteniendo así una información fundamental cuando los bebés empiezas a desarrollar su actividad en ambientes o entornos separados alejados de la madre.

(Composición inmunológica de la leche materna)

 

Finalmente, y en cuanto a la protección inmunológica que la leche ofrece a bebés y niños, no hay que hacer caso a los que dicen que las ventajas de los anticuerpos en la leche materna no se prolongan mucho más allá de los primeros meses. Algunos estudios indican que la ingesta de leche materna mantiene sus ventajas inmunológicas siempre que suponga, al menos, el 25% de la ingesta diaria de calorías. Teniendo en cuenta, como comentábamos ante, que la leche materna aumenta su contenido calórico a medida que avanza el tiempo de lactancia, no resulta complicado llegar a esta cifra si el niño, por ejemplo, desayuna teta y luego hace alguna pequeña toma adicional durante el día o antes de dormir.

 

Duración «normal»

Así pues, y según todos estos datos, la duración normal desde un punto de vista evolutivo y antropológico estaría entre los dos y los siete años. Aunque también hay que tener en cuenta que la media de amamantamiento en las distintas culturas y sociedades que conviven en el mundo actualmente se sitúa en torno a 4 años. Nuestra percepción en la sociedad occidental nos aleja mucho de ver ejemplos de lactancia materna a los 4 años, a los 5, a los 6 o a los 7.

Nuestros prejuicios culturales actúan como elementos distorsionadores a la hora de contemplar la lactancia y el hecho de amamantar a un niño de dos años a veces no evita cierto sobresalto al contemplar a uno de siete tomando teta.

Un buen ejemplo de ello es este fragmento de documental, enlazado recientemente en el blog Mimos y Teta: Lactancia materna prolongada: ¿Un tabú?

 

La dependencia

Uno de los argumentos más utilizados para criticar la lactancia materna más allá del año es que crea una relación de dependencia, una palabra en si misma peyorativa cuando se pronuncia en el seno de una cultura que promueve el individualismo como valor supremo y el apego a las cosas en lugar de a las personas.

Es normal que los bebés humanos sean dependientes, ya que somos una especie cuyas crías nacen inmaduras y necesitan del cuidado de al menos un adulto (y preferentemente la madre) durante un periodo prolongado de tiempo. Por lo tanto, la tan cacareada independencia no es sino una construcción artificial de una sociedad que nos vende objetos de consumo para sustituir el contacto humano.

Además, y como punto de partida del debate, aclaramos que, a día de hoy, no existe ningún estudio que aborde las ventajas o perjuicios de la lactancia materna no interrumpida, ya que la mayoría de las investigaciones toman como referencia lactancias cortas. Por tanto, no podemos aportar datos científicos sobre los beneficios de la lactancia de duración natural, pero tampoco debemos dejar que nos avasallen con datos sobre sus supuestos peligros, ya que están basados en prejuicios y opiniones personales, más que en datos reales y contrastados.

Como afirma el Dr. Lawrence Gartner, representante de uno de los grupos de trabajo sobre lactancia de la Academia Americana de Pediatría: “la Academia no ha establecido un límite superior. Hay niños que son amamantados hasta los 4, 5 o 6 años. Esto puede ser infrecuente pero no perjudicial”.

 

Aportaciones sobre la independencia

En cuanto al debate de la dependencia, es muy significativa también la aportación del pediatra Carlos González que señala:

 

¿Qué es dependencia madre-hijo? Los niños de dos años son bastante dependientes… y los de 12 también. Un niño que toma pecho depende de que su madre le de pecho y un niño que come pizza depende de que su madre (o su padre) le de pizza; no veo la diferencia. No existe bibliografía que demuestre:

a) Que la dependencia madre-hijo es patológica,

b) Que es más frecuente en niños que maman dos años.

 

 

Por otro lado, también encontramos especialmente significativa una cita de M. Paula Cavanna, extraída del grupo de discusión online sobre lactancia Lactmat:

 

Exigimos a nuestros bebés que empiecen a comer cuando aún no tienen dientes, llega el verano y les sacamos los pañales, hay que dejar el chupete, al año y medio queremos que “se socialice” y los mandamos a la guardería. Queremos que saluden a los extraños y sonrían a desconocidos, que se queden quietecitos/as en las jugueterías donde los apabullan las tentaciones, que aguanten largas horas de conversaciones adultas en la mesa familiar y que coman todo lo que les pusimos en su enorme plato, que actúen frente a todos los padres en las fiestas del colegio y si además pueden empezar con el Inglés a eso de los dos años mejor para que vayan aprendiendo. Creemos que porque manejan el mando de la tele ya pueden estar horas solos frente a ella y que como chapotean en el agua sin ahogarse ya pueden bañarse sin nuestra presencia

 

De hecho, la evidencia científica parece ir en contra de los prejuicios que proclaman que la lactancia materna más allá de cierto periodo crea dependencia. La Dra. Waletzky señaló que quitarle a un niño repentina y prematuramente

la experiencia emocional más satisfactoria que haya conocido, produce una angustia significativa, tanto inmediatamente como a largo plazo; tal destete precoz considera la lactancia solo como una fuente de leche y deja de comprender su significado como medio de consuelo, placer y comunicación para la madre y el hijo.

Otros estudios señalan que los niños que tuvieron una lactancia más duradera, demostraron un ajuste social más fuerte y consistente y que, al llegar a la juventud y la edad adulta, estos niños experimentaron menores niveles de ansiedad que sus coetáneos.

El valor nutricional

Otros detractores de prolongar la lactancia materna más allá de los seis meses argumentan que la leche materna pierde su “valor nutricional” después de este periodo. Algo que resulta bastante increíble, teniendo en cuenta que sería altamente improbable que una mujer que ha sido capaz de alimentar a su hijo en el periodo de mayor crecimiento y requerimiento energético de toda su vida se levantara el día que su bebé cumple los seis meses para descubrir que sus pechos han dejado de producir leche para pasar a excretar solo “agua”.

La OMS y el resto de organismos nacionales e internacionales con competencias en materia de nutrición y pediatría recomiendan mantener la lactancia hasta los dos años, ya que este es el periodo en el que los niños necesitan la leche y sus nutrientes para el desarrollo del organismo. Después de este periodo no es que la leche materna pierda sus propiedades nutricionales; de hecho no existe ningún alimento que aisladamente supere el valor nutritivo de la leche materna cuando el bebé es amamantado, aunque en el caso de la leche de vaca, sí que debería dejar de perder su valor fundamental como centro de la alimentación del niño sano. De hecho, la dieta mediterránea incluye muy moderadamente las porciones de lácteos en la ingesta diaria.

Siguiendo con la leche materna y su idoneidad como alimento para el niño más allá de los dos años, distintos nutricionistas han confirmado que habrá alimentos que aporten mayor cantidad de un nutriente en concreto; por ejemplo, el hígado aportará más hierro que la leche humana, la papaya más vitamina C o la carne de buey más proteínas… Pero no hay ningún alimento que, por sí solo, sea más nutritivo que la leche materna.

Por otro lado, es falso que los niños mayores que toman teta un par de veces al día lo hagan “por vicio”, ya que el cuerpo de la madre adapta la composición de la leche a la demanda de su cría. Así, algunos estudios señalan que la leche de madres que llevan lactando más de un año tiene un mayor contenido en grasas y es más energética en general. Así, aunque el niño tome menos cantidad, la leche materna sigue haciendo una aportación significativa a la ingesta total diaria del niño.

 

Otros cambios en la composición de la leche

Existen algunos estudios que evalúan los cambios en la composición de la leche materna durante el proceso del destete (entendiendo «destete» como el periodo, tenga la duración que tenga, que abarca desde que el niño empieza con la alimentación complementaria hasta que deja de lactar definitivamente). La concentración de proteínas aumenta hasta el 142% del nivel basal, los lípidos mantienen su concentración, el hierro aumenta hasta el 172%, el calcio permanece constante y el zinc disminuye hasta el 58% del basal. Los factores inmunitarios, por su parte, se mantienen.

Ni que decir tiene que, a pesar de estos cambios en el balance general de nutrientes, la leche materna sigue aportando cantidades muy importantes de nutrientes clave para el desarrollo del niño: proteínas y aminoácidos esenciales, ácidos grasos, vitaminas, etc.

 

El factor emocional

Habiendo revisado que la duración natural de la lactancia, cuando no se interfiere de manera artificial, dura mucho más de lo que estamos acostumbrados en la sociedad occidental moderna. Y habiendo constatado que no influye significativamente en la saludable relación de dependencia madre-hijo y que sus beneficios nutricionales e inmunológicos se extienden en el tiempo más allá de lo que establece la creencia popular, también es importante destacar que la lactancia tiene beneficios más allá de lo meramente fisiológico.

La lactancia materna no solo es alimento físico, sino también emocional. Para la madre y para el bebé. La lactancia contribuye a maximizar el comportamiento maternal femenino a través de la actuación de la hormona oxitocina, entre otras. Esta hormona se transmite también al bebé a través de la leche, creando en él una sensación de tremendo bienestar. Además, dado que la oxitocina es la hormona del amor, contribuye a establecer una relación de apego entre la madre y el bebé.

La prolactina también es importante, ya que los picos que se producen con cada toma del bebé (sobre todo en los primeros meses) contribuyen a que la madre disfrute de un estado de calma y relajación. Por tanto, la presencia de la prolactina en el organismo de la madre durante un tiempo prolongado es beneficiosa para la mamá.

La leche materna, el regazo de la madre, no solo proporciona alimento, sino también consuelo, paz, relajación, contribuye a mitigar el dolor (tetanalgesia) y es un momento de intimidad y complicidad entre la madre y su hijo.

Al igual que con el resto de aspectos que hemos analizado, esta perspectiva emocional de la lactancia no se pierde ni se diluye con el paso del tiempo. A la vez que se disfrutan de esos beneficios, el amamantamiento con niños más mayores puede suponer una herramienta importante a la hora de enfrentarse a los conflictos que vive el pequeño con el crecimiento (afirmación del yo, rabietas, llegada de un hermano, etc.). En estos momentos de tensión y estrés para el pequeño, y para sus padres, la lactancia se convierte en un aliado para “calmar las aguas” en ambos extremos de la relación.

Como dice Carlos González,

en el pecho, además de comida, el bebé busca y encuentra cariño, consuelo, calor, seguridad y atención. No se trata tan sólo de alimento, el bebé reclama el pecho porque quiere el calor de su madre. Por eso lo importante de dar el pecho no es solamente contar las horas y los minutos o calcular los mililitros de leche, sino el lazo de unión que se establece entre ambos y que es una suerte de continuación del cordón umbilical. La lactancia es un regalo, aunque sea difícil saber quién da y quién recibe”.

 

 

Entonces, ¿hasta cuándo?

La indicación general debería ser mantener la lactancia materna mientras la madre y su hijo quieran. Es importante tener en cuenta tanto las necesidades del niño (que tienden a ser obviadas en nuestra sociedad plagada de sucedáneos de leche materna y de sucedáneos de tetas), como las de la madre.

Así, debemos asumir con naturalidad que un niño decida dejar de tomar el pecho por iniciativa propia, cuando se sienta preparado, pero también es necesario reconocer que es perfectamente legítimo que la madre inicie el destete cuando deje de disfrutar de su lactancia.

En el extremo de la madre es recomendable analizar las causas que llevan a ese deseo de destetar, pues, en muchos casos, se pueden encontrar alternativas que contribuyan a satisfacer tanto las necesidades del niño, como las de la madre… Y es que si ninguna madre debe amamantar por obligación, tampoco debería plantearse el destete como única opción en casos en los que se podría recurrir a otras soluciones.

Agitación del amamantamiento

Una razón que suele llevar a las madres a plantearse un destete radical es la aparición de la “agitación del amamantamiento”; con esta expresión tan rimbombante se trata de dar nombre a un sentimiento de rechazo que siente la madre cuando amamanta a su hijo. Se suele producir con mayor frecuencia entre las madres que continúan lactando durante su embarazo o durante la lactancia en tándem.

La “agitación del amamantamiento” es una sensación de desasosiego y angustia que se apodera de la madre cuando está dando el pecho a su hijo y que cesa tan pronto como el niño deja de succionar. Algunas madres describen esta sensación como si su cuerpo quisiera destetar a su hijo por su cuenta aunque su mente opinara lo contrario.

En la lactancia en tándem, muchas madres sienten “disgusto” hacia la succión del mayor, que notan como tosca, demasiado fuerte e incluso agresiva, sobre todo en comparación con la del recién nacido.
Cada mujer siente la agitación del amamantamiento de una manera muy personal y sus manifestaciones son muy variadas. Algunas madres refieren un sentimiento de irritación, a otras se les pone la piel de gallina solo de pensar en dar el pecho, otras sienten un conflicto interno entre las reacciones de su cuerpo y sus ideas sobre la maternidad y la lactancia.

Hilary Flower, autora del libro Adventures in Tandem Nursing: Breastfeeding during Pregnancy and Beyond (Aventuras de la lactancia en tándem: amamantando durante el embarazo y más allá), ofrece algunos consejos que nos permiten detectar cuando algo no va bien con la lactancia y que están conectados con la agitación del amamantamiento”:

  • Sientes que te “escondes” de tu hijo.
  • Oyes un irritado tono de voz cuando contestas con un “sí” a las demandas de teta de tu hijo.
  • Sientes que te quedas sin opciones en cuanto a la lactancia.
  • Sientes sensación de rechazo hacia tu hijo mientras amamantas.
  • Estás llegando a sentirte lo suficientemente exasperada como para plantearte un destete radical.

 

Posibles soluciones

Normalmente, el mero hecho de ponerle un nombre al sentimiento y comprender que es algo normal y que le sucede a muchas madres, suele servir para aliviar la mezcla de rechazo y culpa entre la que se debaten las madres que sufren la agitación del amamantamiento.

La agitación suele ser un sentimiento pasajero, que se soluciona o cede espontáneamente al cabo de unas semanas. Pero ello no implica que las madres deban rechazar u obviar esta sensación desagradable. En el fondo, cada mujer es la que debe valorar los pros y los contras de su lactancia y decidir si le compensa intentar superar su agitación para continuar con su lactancia o si, en cambio, interpreta esa señal como una alarma de agotamiento de su cuerpo y decide iniciar el proceso de destete.

Flower recomienda buscar alternativas a la lactancia para relacionarse con el niño, como acurrucarse y disfrutar de mimitos sin que el nene esté en el pecho, y buscar momentos en los que la madre pueda disfrutar de tiempo a solas para dedicarse tiempo a sí misma.

 

Una alternativa al destete

Acortar las tomas del mayor es una opción a tener en cuenta de manera alternativa al destete. Hay algunos trucos para acortar la duración de la tetada, que se basan en la negociación y la comunicación para lograr un acuerdo respecto a la duración de la toma:

  • Te daré teta mientras cuento hasta diez. ¿Qué contamos? ¿Mariposas o dinosaurios?
  • Podrás tomar teta mientras canto la canción de “Pin Pon”.
  • Te doy teta durante un ratito y después puedes tomar agua en tu nueva taza especial.
  • Te echo una carrera: tú tomas teta y yo cuento hasta 10 ¡¡¡A ver quién termina primero!!!
  • Voy a poner esta alarma/reloj de arena y cuando suene/se acabe la arena, dejamos a la tetita descansar.
  • Sólo un par de sorbitos más.

 

A mí, personalmente (Eloísa), me ha funcionado lo que yo denomino “la táctica del chupito”. Consiste en que cuando el niño pide teta le decimos que sí se la vamos a dar “pero sólo un chupito”. Al principio puede que les cueste coger el concepto. Lo que hay que hacer es poner al niño al pecho y cuando haya tragado una vez (“un chupito”) le decimos que ya está, porque ya ha tragado la leche.

Luego, cuando establecimos el sistema, empezamos a negociar. Había veces que yo le decía «un chupito» y él contestaba «no, muchos» y al final quedábamos en dos, tres o cuatro, o hacíamos una toma más larga.

Lo que logramos, con esta estrategia, es poder comunicar a nuestro hijo de manera clara y “divertida” cuando mamá está dispuesta a hacer una toma larga y cuando prefiere que su hijo tome solo “un chupito” para quitarse las ganas de teta.

 

El papel del padre

Al igual que el padre juega un papel fundamental en la lactancia y la crianza, también es importante que tome una posición activa en el proceso del destete. Al igual que no es deseable tener al lado a un padre que no hace más que decir “pues dale un biberón”, tampoco es agradable que el compañero de la madre se desvincule completamente del proceso.

En el destete, ya sea total o parcial, el padre debería asumir el papel de “facilitador”. Es decir, es el suplente que entra en el terreno de juego cuando la mamá se encuentra agotada o no tiene fuerzas para satisfacer las demandas del pequeño. En estos casos el papá puede cantar, jugar, mecer, distraer o sacar a pasear a su hijo, aprovechando también la oportunidad que le ofrecen estos momentos para estrechar el vínculo paterno-filial.

En el caso de un destete nocturno, por ejemplo, sería deseable que el padre actuara como filtro/barrera, acudiendo a la llamada del pequeño por la noche y tratando de calmarlo para que vuelva a dormir sin tener que recurrir a la teta.

 

Marcos a la teta

Marcos a la teta

Un artículo de  Elena López (De Monitos y Risas) y Eloísa López (Una maternidad diferente).

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Algunos otros post al respecto, de las compis blogueras, aunque son muchos más.

La teta de Lysa, de Habichuelas Mágicas. Lo comentamos en la reunión y no podía dejar de linkarlo aquí.

Lactancia materna no interrumpida o «sobre cómo cuidar nuestro lenguaje», de Mimos y Teta.

Lactancia prolongada, de Cuatro en la Cama.

Ya se cansaron de sugerirme el destete, de Familia Libre.

Pinchando sobre las imágenes podrás verlas ampliadas, y pasando el cursor por encima, verás los créditos correspondientes.


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contacto

Elena López

Asesora,

consultora y

formadora de Porteo

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