En estos días en que toca elegir cole y echar solicitudes, el tema de los deberes o tareas para casa se ha presentado en varias ocasiones. En particular, la que más me llamó la atención fue en la jornadas de puertas abiertas del cole al que quiero llevar a Marcos. Un papá preguntó «si no llevaban nada para hacer en casa». Estamos hablando de primer curso de infantil, peques de tres años (alguno habrá que, por cumplir en los últimos meses del año, tenga dos al comienzo de curso). Así que me traigo hoy este artículo, de Alfie Kohn.
La publicación original la tenéis aquí. Las negritas son de De Monitos y Risas.

Y si os interesa el tema, este otro artículo sigue completando la información.

Las Tareas Innecesarias Persisten por Causa de las Ideas Equivocadas Sobre el Aprendizaje.

Por Alfie Kohn

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NOTA: Para una visión más detallada de los temas discutidos aquí, por favor refiérase a  The Homework Myth.

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Existe algo contrariamente fascinante sobre las políticas educativas, que están claramente en conflicto con la información disponible. Todavía se construyen escuelas enormes, a pesar de que sabemos que los estudiantes tienden a comportarse mejor en lugares más pequeños que los conducen a crear por sí mismos comunidades democráticas y solidarias. Muchos niños que fallan según el estatus quo académico, son forzados a repetir el grado, a pesar de que los estudios indican que esta es la peor opción para ellos. Se continúa enviando tareas – incluso en cantidades mayores- a pesar de la ausencia de evidencia de que esto sea necesario, o beneficioso, en la mayor parte de casos.

Las dimensiones de esta última disparidad no estaban claras para mí hasta que empecé a escudriñar entre investigaciones para escribir un nuevo libro. Para empezar, descubrí que décadas de investigación han sido inútiles para obtener cualquier evidencia de que las tareas sean beneficiosas para los estudiantes de primaria. Incluso si se consideran los resultados de exámenes estandarizados como una medida útil, en estas edades los deberes (varios versus ninguno, o muchos versus pocos) no están ni siquiera relacionados con la obtención de un mayor puntaje. La única consecuencia que se hace evidente es que existe mayor actitud negativa de parte de los estudiantes que reciben más tareas.

En la secundaria, algunos estudios encuentran una correlación entre las tareas y los resultados de las evaluaciones (o notas), pero es generalmente muy pequeña y tiene tendencia a desaparecer cuando se aplican controles estadísticos más sofisticados. Adicionalmente, no existe evidencia de que el alto desempeño se deba a los deberes, incluso cuando aparece esta relación. No es difícil pensar en otras explicaciones por las cuales los estudiantes sobresalientes puedan estar en clases en las que se asignan tareas- o por qué estos estudiantes estén dedicando más tiempo a ellas que sus compañeros.

Los resultados de exámenes nacionales e internacionales levantan más dudas. Uno de varios ejemplos es un análisis de las Tendencias en el Estudio de Matemáticas y Ciencia de 1994 y 1999, con datos de 50 países. Los investigadores David Baker y Gerald Letendre difícilmente pudieron disimular su sorpresa cuando publicaron sus resultados el año pasado: “No solamente no logramos encontrar ninguna relación positiva”, sino que “las correlaciones generales entre el rendimiento promedio de los estudiantes a nivel nacional, y los promedios nacionales en [cantidad de tareas asignadas] son todas negativas.”

Finalmente, no existe ningún indicio de evidencia que respalde el supuesto ampliamente aceptado de que las tareas tienen beneficios no académicos para estudiantes de cualquier edad. La idea de que las tareas enseñan buenos hábitos de trabajo o de que desarrollan rasgos de carácter positivos (como auto-disciplina e independencia) podría ser descrita como un mito urbano, excepto por el hecho de que también es tomada con seriedad en áreas suburbanas y rurales.

En resumen, a pesar del propio criterio, no existe ninguna razón para pensar que la mayor parte de estudiantes no estarían en ninguna clase de desventaja si los deberes fuesen ampliamente reducidos o incluso eliminados. Sin embargo, una cantidad abrumadora de escuelas en los Estados Unidos- primaria y secundaria, públicas y privadas- continúan requiriendo que sus estudiantes trabajen a doble turno, llevando tareas académicas a casa. Este requerimiento no solamente es aceptado sin ninguna crítica, sino que la cantidad de tareas está creciendo, particularmente en los primeros grados. Una encuesta a nivel nacional, a gran escala y a largo plazo, halló como resultado que la proporción de niños entre seis y ocho años a los que se les asigna tareas en un día dado, ha aumentado de 34 por ciento en 1981, a 58 por ciento en 1997 – y que el tiempo semanal estudiando en casa es más del doble.

Sandra Hofferth, de la Universidad de Maryland, una de las autoras del estudio, ha anunciado recientemente una actualización basada en datos del 2002. Actualmente la proporción de niños pequeños a quienes se les asignan tareas en un día dado subió al 64 por ciento, y la cantidad de tiempo que dedican a ellas subió en un tercio. Aquí la ironía es dolorosa porque la evidencia para justificar las tareas a los más pequeños ni siguiera es dudosa – simplemente no existe.

Entonces, ¿por qué hacemos algo cuando los perjuicios (estrés, frustración, conflicto familiar, pérdida de tiempo para practicar otras actividades, una posible disminución en el interés por el aprendizaje) claramente son más pasados que los beneficios? Las posibles razones incluyen una falta de respeto por las investigaciones, una falta de respeto por los niños (implícito en la determinación de mantenerlos ocupados después de la escuela), una adversidad por cuestionar las prácticas existentes, y la presión a todo nivel de enseñar más cosas en menor tiempo, para ganar mayor puntaje en las evaluaciones y poder decir “¡Somos los primeros!”

Todas estas explicaciones son plausibles, pero pienso que algo más es responsable de que continuemos alimentando a nuestros hijos con un aceite de hígado de bacalao de estos tiempos. Debido a que muchos de nosotros creemos que es sentido común que las tareas produzcan un beneficio académico, tendemos a encogernos de hombros ante cualquier falla para encontrar tales beneficios. A su vez, nuestra creencia de que las tareas son útiles está basada en varios malos entendidos de fundamento sobre el aprendizaje

Considere el supuesto de que las tareas deberían ser beneficiosas simplemente porque brindan a los estudiantes más tiempo de dominar un tema o habilidad. (Muchos expertos confían en esta premisa cuando intentan extender el día escolar o año lectivo. Efectivamente, los deberes pueden ser vistos como una forma de prolongar el día escolar a un bajo costo.) Desafortunadamente, este razonamiento se vuelve deplorablemente simplista. El estudioso de la lectura Richard C. Anderson y sus colegas explican que hace tiempo, “cuando los psicólogos experimentales estudiaban principalmente palabras y sílabas sin sentido, se enseñó que el aprendizaje inevitablemente dependía del tiempo,” pero “estudios subsecuentes sugieren que esta creencia es falsa”.

El enunciado “La gente necesita tiempo para aprender cosas” es verdad, por supuesto, pero no nos provee mucho de valor práctico. Por otro lado, la aserción “Mayor tiempo generalmente lleva a un mejor aprendizaje” es considerablemente más interesante. Sin embargo, esta afirmación también es demostrablemente falsa, porque existen suficientes casos en los que más tiempo no conduce a un mejor aprendizaje.

En realidad, es menos probable que una mayor cantidad de horas produzca mejores resultados cuando están involucradas la comprensión y la creatividad. Anderson y sus asociados hallaron que cuando a los niños se les enseña a leer enfocándose en el significado del texto (en lugar de enfocarse en las habilidades fonéticas), su aprendizaje “no depende de la cantidad de tiempo de instrucción”. En Matemáticas, también, como lo descubrió un grupo de investigadores, el tiempo dedicado a una tarea está directamente relacionada al desempeño solamente si tanto la actividad y la medida del resultado están enfocados en una rutina, lo que no sucede en las actividades que involucran solución de problemas.

Carlole Ames, de la Universidad Estatal de Míchigan, puntualiza que no son los “cambios cuantitativos en el comportamiento”-como requerir a los estudiantes que dediquen más horas frente a los libros u hojas de trabajo- lo que ayuda a los niños a aprender mejor. En cambio, sí lo son los “cambios cualitativos en la forma en que los estudiantes se ven a sí mismos en relación a la tarea, la forma en que se involucran en el proceso de aprendizaje, y luego responden a las actividades y situación de aprendizaje.” A su vez, estas actitudes y respuestas emergen de la forma en que los profesores conciben el aprendizaje y, como resultado, cómo ellos organizan sus clases. Es poco probable que asignar tareas tenga un efecto positivo en cualquiera de estas variables. Podríamos decir que la educación tiene que ver menos con la cantidad de tópicos abordados por el profesor que con cuánto se puede ayudar a los estudiantes a descubrir – y la cantidad de tiempo no ayudará a hacer un cambio en este aspecto.

El énfasis exagerado que se da al tiempo va de la mano con la creencia generalizada de que las tareas “refuerzan” las habilidades que los estudiantes han aprendido- o, más bien, que se les ha enseñado- en clase. Pero ¿qué exactamente significa esto? No tendría sentido decir “Sigan practicando hasta que entiendan” porque la práctica no crea el entendimiento – el darles a los niños una fecha límite para entrega no les enseña habilidades para manejar su tiempo. Lo que podría tener sentido es “Sigan practicando hasta que lo que hacen se vuelva automático.” Pero ¿qué tipos de destrezas se someten a esta forma de mejora?

La respuesta a esta pregunta es: las reacciones conductuales. La habilidad en el tenis requiere mucha práctica; es difícil mejorar el balanceo sin pasar mucho tiempo en la cancha. Pero citar tal ejemplo para justificar los deberes es un ejemplo de lo que los filósofos llaman razonamiento circular. Este asume precisamente lo que quiere probar, que en este caso sería que los ejercicios académicos son iguales al tenis.

El supuesto de que estos son análogos deriva del conductivismo, que es la fuente del verbo “reforzar”, así como la base de una visión atenuada del aprendizaje. En la década de los veintes y treintas, cuando John B. Watson estaba formulando esta teoría que pasaría a dominar la educación, un investigador bastante menos famoso llamado William Brownell desafiaba el enfoque de “instruir y practicar” en las Matemáticas, que para entonces ya estaba enraizado. Él escribió que “si se quiere ser exitoso en el pensamiento cuantitativo, se necesita fundamentos y significados, no una multitud de “respuestas automáticas”. “Los ejercicios no desarrollan significados. La repetición no desarrolla entendimiento.” De hecho, si “la Aritmética empieza a tener sentido, es a pesar de los ejercicios”.

Los pensamientos de Brownell han sido enriquecidos con una larga línea de investigaciones demostrando que el modelo conductista es, si me disculpan la expresión, profundamente superficial. La gente pasa su vida construyendo teorías acerca de cómo funciona el mundo, y luego reconstruyéndolas a la luz de nuevas evidencias. Mucha práctica puede ayudar a algunos estudiantes a recordar la respuesta más fácilmente, pero no a volverse mejores pensadores –ni siquiera a acostumbrarse a pensar. Incluso cuando ellos adquieren una habilidad académica a través de la práctica, la forma de adquirirla nos debería llamar a hacer una pausa. Como lo ha mostrado la psicóloga Ellen Langer, “Cuando practicamos una cierta habilidad de tal forma que se vuelve involuntaria,” tendemos a ejecutar esta habilidad “sin pensar”, limitándonos a patrones y procedimientos que son menos que ideales.

Pero aún cuando la práctica es útil en algunos casos, no podemos concluir que los deberes de este tipo funcionen para la mayor parte de estudiantes. No es de ninguna utilidad para aquellos que no entienden lo que están haciendo. Tales tipos de deberes lo hacen sentirse tonto; los acostumbran a hacer las cosas de la forma errada (porque lo que realmente está siendo “reforzado” son supuestos errados); y les enseña a ocultar lo que no saben. Al mismo tiempo, otros estudiantes de la misma clase ya han adquirido la habilidad, por lo que la práctica adicional es una pérdida de tiempo. Si usted tiene varios niños, entonces existirán aquellos que no necesitan practicar, y aquellos a quienes la práctica no les es útil.

Adicionalmente, incluso si la práctica fuese útil para la mayor parte de estudiantes, esto no significa que deban realizarla en casa. En mi investigación hallé a un gran número de excelentes profesores (en diferentes niveles y con diferentes estilos de enseñanza) que raramente, si es que lo hacen, encuentran necesario mandar deberes. Varios de ellos, además de no ver la necesidad de enviar a sus estudiantes a leer, escribir o hacer trabajos de matemáticas en casa, prefieren que los estudiantes hagan estas tareas durante la clase, donde es posible observarlos, guiarlos y entablar una discusión.

Finalmente, cualquier beneficio teórico de la práctica de enviar tarea debe ponerse en una balanza con el efecto que tiene en el interés de los estudiantes por aprender.  Si llenar una hoja de trabajo estropea el deseo de leer o pensar, de seguro esta actividad no producirá un mejoramiento en las destrezas practicadas. Además, cuando una actividad es considerada pesada, también tiende a disminuir la calidad del aprendizaje. El hecho de que muchos niños miran a los deberes como algo que terminar tan pronto como sea posible- o incluso como una fuente significativa de estrés—ayuda a explicar por qué parece no ofrecer ninguna ventaja académica, incluso para aquellos que se sientan obedientemente y completan las tareas que se les han asignado. Todos estos estudios mostrando la poca validez de las tareas podrían no ser tan sorprendentes, después de todo.

Sin embargo, los partidarios de los deberes rara vez miran las cosas desde el punto de vista del estudiante; en cambio, los niños son considerados objetos inertes a los que debemos modificar: Hágalos practicar y se harán mejores. Mi argumento no es solamente que este punto de vista es irrespetuoso, o que es el residuo de una obsoleta psicología de estímulo-respuesta. También sugiero que es contraproducente. No se puede hacer que los niños adquieran habilidades. Ellos no son máquinas de venta automática en las que ponemos más deberes y obtenemos mayor aprendizaje.

Este tipo de conceptos errados son dominantes en toda clase de distritos, y son conceptos sostenidos igualmente por padres, maestros y estudiosos. Son estas creencias las que hacen tan difícil siquiera cuestionar la política de enviar deberes regularmente.

Se nos puede mostrar la evidencia de respaldo y esta no hará ningún impacto si estamos casados con la sabiduría popular (“la práctica hace al maestro”; “más tiempo es equivalente a mejores resultados”.)

Por otro lado, mientras más aprendamos sobre el aprendizaje, estaremos más animados a desafiar la idea de que las tareas deben estar fuera de la escuela.

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Traducido por www.familialibre.com/ (Mónica Salazar) con autorización expresa del autor.

Copyright © 1994 por Alfie Kohn. Este artículo puede ser bajado de Internet, reproducido, y distribuido sin permiso siempre y cuando cada copia incluya este anuncio juntamente con la información de las citas (i.e., nombre del periódico en el que apareció originalmente, fecha de publicación, y nombre del autor). Se debe pedir permiso para reimprimir este artículo en un trabajo publicado o para ofrecerlo de venta en cualquier otra forma. Por favor escriba en Inglés a: http://www.alfiekohn.org/contactus.htm

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Elena López

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