Mi compi Vega lo tuvo claro, ha estado desde el primer momento con su monito. Nosotros, gracias a nuestras condiciones (abuela cerca, mi jefa muy muy comprensiva) nos apañamos con una reducción de jornada hasta hace más bien poco. Pero ya no, mi niño me necesitaba cada vez más, y yo a él. Además, está entrando en una etapa en la que ya no sólo hay que cuidarle y alimentarle, sino que hay que educarle también. Y cuando tu hijo se pasa ocho horas al día con otras personas, teniendo en cuenta de que está despierto aproximadamente catorce, los cálculos son claros, lo están educando ellos y no tú. Más o menos de acuerdo a tus principios, más o menos de acuerdo a tus directrices, pero no lo estás educando tú.

Desde luego no es un campo de flores, realmente estoy más cansada ahora que cuando iba todos los días a trabajar, es agotador. Ellos no paran, y no puedes desconectar yéndote a tomar un café como en el trabajo (bueno, te lo puedes tomar, pero con él, claro). No hay clientes-jefes-compañeros con los que interactuar, ni nadie que te de una palmadita en la espalda por el trabajo bien hecho (en este trabajo, las recompensas son a más largo plazo, en el día a día hay muchas satisfacciones, pero falta aún para considerar el trabajo «terminado»). No tienes la sensación de ir acabando tareas, ya que es una tarea constante, ni una motivación en un plan de promoción. Además, tendemos a asumir que por estar con ellos vas a tener tiempo de tener la casa como una patena, la comida lista siempre, la ropa bien planchada… bien, seguro que con un niño mayor puede ser, pero con uno de dos años os aseguro que no.

No obstante, cada vez más mujeres elegimos criar a nuestros hijos «dejando de lado» la carrera profesional, visto que a la verdadera concilicación aún le queda mucho camino . Aquí os dejo este artículo de El País (podéis ver el artículo original aquí), me he permitido la licencia de poner negritas en las partes que me han parecido importantes reseñar.

El trabajo puede esperar, mi hijo no


El mundo cambió cuando los ojos de Eider Pacheco se enfrentaron por primera vez a los de su hija, en una sala de partos del hospital Virgen del Camino, de Pamplona. «Cuando vi a Iris estalló mi instinto maternal. Desde entonces no me he separado de ella. Fue un enamoramiento total». Han pasado tres años y la relación no ha cambiado. Eider ha cumplido 29 años, y no ha recuperado su puesto de médico residente en el hospital pamplonés, abandonado al nacer Iris. Los tres viven ahora con el sueldo de MIR del marido. «Mi trabajo no era conciliable con cuidar a mi hija», dice Eider, sentada en una cafetería de Pamplona.

Son treintañeras que no quieren condenar a sus bebés a largas jornadas en las guarderías

Pedrosa, maestra y madre de dos hijos, niega que el mercado sea la medida de la realización personal

La socióloga Isabel Aler recuerda que el bebé humano nace inmaduro. Hay que prolongar la crianza

La abogada Marta Puchol defiende una baja maternal de 18 meses, como en Suecia y Finlandia

Nuria López, asesora fiscal por cuenta propia, tuvo que reincorporarse al mes de nacer su hijo

Una decisión extrema que hace cinco años, cuando nació su primer hijo, le hubiera resultado incomprensible a Lide Azkue, traductora de Markina (Bilbao). Su trabajo le gusta, y apenas terminada la baja maternal volvió a sus traducciones. Era lo mismo que había hecho su madre al nacer ella, hace 34 años. Pero algo cambió en su segundo embarazo. «Empecé a leer cosas sobre crianza natural, a contactar con foros en Internet, y me di cuenta de que lo que quería era estar con mi hijo mientras fuera pequeño. El tiempo se pasa volando«.

Ahora se dedica en cuerpo y alma a su bebé de nueve meses. «Pedí una excedencia de un año, y la voy a prolongar». Como Eider y Lide, cada vez más mujeres que, enfrentadas a la difícil tarea de compaginar el cuidado de los hijos con la profesión, y siempre que se lo permita su situación económica, optan por pedir una excedencia, acogerse a jornadas reducidas y, en menor medida, renuncian a su puesto, convencidas de que el trabajo puede esperar. «Nos han vendido un falso feminismo de supermujeres. El trabajo en el mercado laboral no equivale tampoco a la realización personal«, dice Aiona Pedrosa, de 30 años, maestra en el Maresme, cerca de Barcelona, y madre de dos hijos, de tres años y nueve meses, criados con excedencias y jornadas reducidas.

Elena Ferrer, diseñadora gráfica, de 40 años, opina, no obstante, que son decisiones muy personales. «Cada mujer tiene que escuchar su corazón y saber lo que quiere hacer». Ella escuchó el suyo y, al cerrar la agencia de publicidad donde trabajaba, optó por hacerse autónoma para atender mejor a su hijo pequeño, el cuarto, de dos años. «Un ser humano necesita apego para desapegarse después. Los niños son más independientes cuando han sido criados con más proximidad», dice.

¿Estamos ante un retroceso en la batalla por la equiparación de sexos defendida por el feminismo? ¿Están tirando las mujeres la toalla ante las dificultades de la conciliación? No exactamente, opina la socióloga Isabel Aler. «Las feministas teníamos que recuperar nuestra dignidad. Las mujeres de hoy ya no tienen que luchar por ella».

Por eso, Eider, Lide, Elena y Aiona representan una nueva tendencia que se abre paso entre las treintañeras, apasionadas defensoras de la lactancia materna, dispuestas a buscar alternativas al modelo productivo que condena a los bebés a largas jornadas en las guarderías.

Los casos enunciados pueden parecer excepcionales, pero lo son cada vez menos habida cuenta de que, según una reciente encuesta del CSIC, realizada sobre una muestra de casi 10.000 mujeres, más de la mitad confesaba que la maternidad es vista como un obstáculo en el ámbito laboral. Por eso, casi un tercio había optado por la excedencia al nacer su bebé, otro porcentaje similar tenía jornada reducida y un 17% había abandonado simple y llanamente su trabajo.

El péndulo de la historia que llevó a las españolas a optar por el mínimo de hijos, cuando no a renunciar a la maternidad para entregarse en cuerpo y alma a su profesión, parece desplazarse ahora en sentido contrario. Algo que empieza a reflejarse tenuemente en los índices de natalidad, que cayeron en picado entre 1975 y 2005, pasando de 3,2 hijos por mujer fértil a 1,3 hasta hace bien poco, cuando el empuje de las inmigrantes lo ha colocado en el 1,6. Las encuestas del INE reflejan, con todo, que las españolas querrían tener más hijos.

Ese deseo se ve frustrado por las dificultades de parir y criar a los hijos cuando se está inmersa en el mercado laboral. «La baja maternal es demasiado corta. Tendría que durar 18 meses como en Finlandia y Noruega», dice Marta Puchol, de 35 años y madre de un niño de cinco años y una niña de 10 meses. El descanso maternal nórdico, o las medidas que acaba de aprobar Alemania, que permiten a los padres interrumpir el trabajo durante 14 meses (12 meses la madre y dos meses el padre) cobrando un 67% de su salario, son un sueño imposible hoy por hoy en España, donde ni siquiera todas las mujeres pueden disfrutar de las 16 semanas de baja maternal legal.

Es una lista que encabezan profesionales autónomas como Nuria López, asesora fiscal, de 33 años, con un bebé de siete meses. Nuria tuvo que volver al trabajo al mes de nacer su pequeño Teo, todavía con muchas molestias posparto. «Si a un cliente no le hago la declaración de gastos cada trimestre, me quedo sin trabajo», argumenta. «Además, el sueldo que recibes durante la baja es ridículo, porque te pagan de acuerdo con la base de la cotización, y todo el mundo contribuye con el mínimo. Normal, porque incluso si se cotizara al máximo, el dinero que te dan es muy poco. En mi caso, unos 400 euros al mes».

También la abogada Marta Puchol, afiliada a la mutua de su colegio profesional, conoce la dura experiencia de regresar al despacho al poco de parir. «Somos cinco abogados en mi bufete y me necesitaban». Le ocurrió con su primer hijo, Diego, y con la pequeña Violeta, que no para de moverse en los brazos de su madre durante la entrevista. Al hijo mayor acabó por llevarlo a la guardería a los cinco meses. «Sólo por las mañanas. Pero fue muy duro». Con Violeta ha optado por contratar a una chica. En total, un gasto de unos 900 euros al mes. «A veces me pregunto si tiene sentido pagar a un extraño para que críe a mis hijos«, dice.

La profesora de sociología de la Universidad de Sevilla Isabel Aler cree que no. Que esta sociedad es suicida en su tratamiento de un tema crucial: el cuidado de los bebés, los ciudadanos del mañana. No se cansa de recordar que la cría humana nace mucho más inmadura que la de otros mamíferos, porque la posición bípeda ocasionó un estrechamiento de la cavidad vaginal de las hembras que ha acortado el desarrollo intrauterino. «Por eso hay que prolongar la crianza, casi como una especie de gestación externa». Elena Ferrer y Aiona Pedrosa están completamente de acuerdo. Y lo proclaman en Internet, en la página www.criarconelcorazón.org. Consideran que la baja maternal debería ampliarse al menos hasta los seis meses, «periodo de lactancia materna exclusiva que recomiendan los especialistas», dice Elena, que vive cerca de Alicante.

Las restantes medidas, desde la reducción de jornada a la excedencia, plantean problemas para las mujeres que no quieren perder su independencia económica, y para muchas parejas que no pueden permitirse prescindir de un sueldo. «Se puede renunciar a los gastos superfluos. Muchas veces compramos cosas absurdas», opina la catalana Rosa Sorribas. Madre de dos niñas, decidió hace cuatro años, al perder su trabajo, aprovechar su experiencia como informática para montar una página web (www.crianzanatural.com), desde la que aboga por la lactancia materna. Sorribas anima a las mujeres a no dejarse presionar por la sociedad y las empresas, y a tomarse el tiempo necesario para criar a sus hijos. «Siempre cito a Madeleine Albright, que dejó su carrera para cuidar a sus hijos durante unos años, y luego ha sido secretaria de Estado norteamericana».

Elena Otaola no aspira a tanto, pero es consciente de compartir con Albright el raro privilegio de haber sido promocionada después de su maternidad. Otaola, de 42 años y madre de Elena, que no ha cumplido los tres, reconoce que para Iberdrola -la empresa para la que trabaja- estas medidas de conciliación «son estratégicas». Por eso las empleadas no pierden un céntimo de su sueldo al acogerse a la jornada reducida hasta que el bebé cumple un año.

No todas las compañías que se cuelgan medallas por favorecer la conciliación laboral y familiar las merecen. «Mi empresa tiene hasta una página web dedicada a la mujer y, sin embargo, la que pide una excedencia o una jornada reducida se arriesga a ver retrasada su promoción». Lo cuenta Cristina, nombre supuesto de una ejecutiva de 34 años que reclama anonimato. Ella pidió una excedencia tras nacer su hijo, hace tres años. Ahora, nuevamente embarazada, no ve probable repetir la experiencia. «Cuando me reincorporé, mis antiguos subordinados habían pasado a ser mis jefes. Nada de eso les ha ocurrido a mis compañeros cuando han sido padres. La verdadera conciliación llegará cuando ellos tengan nuestros problemas».

Eider Pacheco no lo ve factible. «Somos muy diferentes. No es igual el papel de madre que el de padre». ¿Y no habrá algo de fundamentalismo en esta revalorización de la crianza natural? «Como monitora de la Liga de la Leche, me limito a ayudar a las mujeres que quieren dar el pecho a sus hijos, ya sea un mes, tres meses o dos años. Pero no digo que las madres que no crían a sus hijos sean peores. No juzgo a nadie», puntualiza Eider. Al contrario. Desde que dejó su carrera para cuidar a su hija de tres años, a la que sigue amamantando, se siente perseguida por miradas inquisitoriales. «Son los demás los que me juzgan a mí».

La conciliación no es imposible

PESE A LOS MUCHOS PROBLEMAS que todavía plantea la conciliación de vida familiar y laboral, algo está cambiando. Y son cada vez más las empresas que se marcan objetivos ambiciosos, por delante de la legislación, incluso. Eso al menos ha detectado Roberto Martínez, director del área de empresas de la Fundación +Familia, que otorga desde 2005 un certificado de empresas familiarmente responsables. Hasta el momento lo han recibido 17 compañías, a las que se sumarán pronto otras 30. Obtener este certificado no es fácil, porque la fundación exige el cumplimiento de siete grupos de condiciones que van desde las que permiten la flexibilidad en los horarios hasta las que favorecen el cuidado de los hijos. Entre las firmas que representan la avanzadilla en esta materia figuran Mutua Madrileña, Iberdrola, Sanitas y un puñado de empresas más. Y por tímido que sea, el recientemente implantado permiso de paternidad, de dos semanas, que consagra la Ley de Igualdad, refleja una preocupación creciente por el tema. Este mismo temor es compartido en el Banco Santander, que ha optado por atacar el problema desde otro ángulo. «La política de conciliación es prioritaria para el grupo», comenta una portavoz, «porque si es buena, las mujeres no tienen que recurrir a la excedencia». Por eso el modelo Santander pasa por facilitar la vida de sus trabajadoras, con guardería, supermercado y todo tipo de tiendas junto al complejo bancario, además de una gestoría a domicilio, o mejor dicho, a pie de despacho.

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contacto

Elena López

Asesora,

consultora y

formadora de Porteo

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