Si me estás leyendo seguramente eres una de esas mamás (o papás) que han creído que se les terminó la época de portear.
O tal vez te sientes frustrada(o) porque, después de ahorrar y comprarte ese otro fular tan anhelado, o esa mochila toddler tan molona, ahora tu peque no quiere que lo lleves.
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Puede que incluso te sientas más presionado por tu entorno con los típicos comentarios: «pobrecito el pequeño ¿ves que no le gusta?»
Y lo peor es que seguramente está sucediendo en esa edad «crítica» en la que tu bollito ya no es bollito, tiene cierto peso y a la par de su crecimiento ya tú has puesto en marcha rutinas más «movidas».
Y necesitas hacer mil cosas en el día, desplazarte a muchos sitios y ahí está el peque, caminando a su aire. Distrayéndose con los matojos de las aceras y retorciéndose como poseso si intentas meterlo en el portabebés.
De hecho, casi ni quiere que le cojas la mano.
Pues déjame decirte que lo más probable es que todo sea pasajero. Y que lo peor que puedes hacer es desesperarte en el camino.
A veces, ya sea por incorrecto asesoramiento o simplemente por un malentendido, «compramos» el porteo, como una ideología de llevar al bebé por-los-siglos-de-los-siglos y más allá, contra viento y marea en el portabebés. Y no es así. De hecho, portear, está muy alejado de esto.
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¿Suena contradictorio?
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Desglosemos un poco:
Si has llegado hasta aquí (y me estás leyendo justo ahora) es porque has comprendido la importancia del contacto físico y el apego sano entre mamá y bebé.
Y que el porteo es justo una herramienta que favorece la integración de esos factores y la conciliación con la rutina diaria del adulto.
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Hasta aquí vamos bien, ¿cierto?
Pues imagino y estoy segura de que sabes que el estilo de crianza que hemos escogido, significa respetar y acompañar. Respetar los deseos de nuestro hijo/a y acompañarlo en cada una de sus etapas evolutivas.
Porque sí, vuelvo y repito, es sólo una etapa, como cualquier otra.
Nuestro peque querrá explorar, ver de cerca hormiguitas o toquetear la textura de esa alfombra tan rara que está en tu salón. Tal vez quiere coger florecillas silvestres y mojarse un poco en los charcos (aunque no siempre sea conveniente).
Tal vez quiere imitar las andanzas de sus hermanos mayores o ejercitar a gusto su recientemente descubierta bipedestación.
En cualquier caso, son cosas maravillosas que no tienen nada que ver con el hecho de no querer ser abrazado. O de no querer ser llevado. Recuerda que hasta no hace mucho, eras su mundo entero.
Ahora ha descubierto que es una personita diferente a ti. Una personita que se puede acercar y alejar a gusto. Tomar sus propias decisiones (aunque a veces no sean viables).
Tiene sed de aprender, de absorber todo lo que pueda y ponerlo en práctica. Quiere crecer. Y créeme que no querrá hacer todo esto solito sin tu compresión y tu mirada cerca de él y tus brazos siempre dispuestos a acogerlo.
Porque siempre, siempre, llegará un momento en el día (o la semana) que, ya sea por cansancio, por ganas de arrumacos o simplemente desgano, todo su cuerpecito (y su vocecita, si ya habla) te dirá:
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«Llévame mamá»
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Y tú, ¿Has vivido estas huelgas de porteo? ¿Las has superado? ¿Estás en ella? Igual nos quieres ayudar compartiendo tus trucos para llevarlas lo mejor posible 🙂
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