Eso me decían a mí de pequeña. Que no hablara con extraños, mucho menos si por accidente me encontraba sola o perdida. Esa era la gran norma de seguridad. Sin embargo, ahora que lo pienso en frío, esa norma tiene muchos fallos. Por un lado, mientras por un lado intentamos concienciar a los niños de lo peligroso que pueden ser los extraños, por otro les «obligamos» a saludar a cualquier desconocido que les dedica cualquier carantoña por la calle, o a contestar a la tía del pueblo que nosotros conocemos de toda la vida pero para nuestro hijo, que es la primera vez que la ve, no deja de ser una extraña.
Por otro lado, para un niño la definición de «extraño» no tiene por qué ser la nuestra. Por ejemplo, si en el parque donde juega hay un señor que va allí todos los días a echar de comer a las palomas, puede que para el niño no entre en la categoría de extraño, ya que le conoce de verle frecuentemente.
Pero más allá, si un niño se pierde, puede que hablar con un extraño sea su única manera de conseguir ayuda. Así que la regla me hace aguas por todos lados.
Yo a Marcos no le digo que no hable con extraños. Lo que le he explicado es con qué extraños hablar en caso de necesidad. ¿Y cuáles son los desconocidos que nos pueden dar cierta seguridad? Yo le digo que si necesite ayuda busque una mamá. Y para saber si es una mamá, tiene que tener niños (además, es más fácil encontrar una mamá con niños que un policía o similar). Así que lo que Marcos sabe es que, si alguna vez se pierde, tiene que buscar una mamá con niños y pedirle ayuda.
Y vosotros, ¿qué herramientas de seguridad le dais a vuestros hijos para estos casos?
Imagen extraída de «Elogio de la locura»