Hacía tiempo que no teníamos un #PostInvitados, ni un post, la verdad.
Entono el «mea culpa» por tener abandonaíco el blog, y a ver si con este post me reactivo por aquí.
En esta ocasión, y con as vacaciones de Semana Santa a la vuelta de la esquina, Ana Paradela nos cuenta su experiencia como madre de familia numerosa en sus viajes.
Portear para viajar mejor
No corren tiempos para viajar pero, quizá por eso mismo, porque me acerco al año sin volver a España y no parece que vaya a poder regresar pronto, estos últimos meses he pensado mucho en lo que supone, para mí, realizar largos desplazamientos en avión con tres niños pequeños.
Y cuando pienso en viajar, me viene a la cabeza una idea recurrente:
En la sociedad occidental, los niños molestan.
Es algo que me ha dicho mi amiga boliviana desde que la conocí, hace diecisiete años. Yo, la verdad, no terminaba de entender.
Hasta que viajé.
Y viajando descubrí culturas donde los niños son parte de la vida de sus madres. Madres que cargan a sus pequeños a la espalda, o a la cadera, y los llevan consigo. Siempre. Culturas donde los niños no molestan.
Decidí que quería ser esa madre.
Aunque ahora sé que tras esa decisión se escondía la presión social de seguir haciendo mi vida -tener hijos, pero que no se note-, esperé a mi hija mayor con un fular nuevo y un carrito prestado. Toda una declaración de intenciones. (
La presión social, por cierto, me estalló en las manos hace ya años. Pero esa es otra historia).
Y aunque nunca lo hubiera imaginado, casi tres años después de su nacimiento, con su hermano de once meses en brazos, nos trasladamos a Japón; desde aquí viajo (o viajaba) con mis tres hijos. En ocasiones, acompañada por otro adulto. En ocasiones, sola.
Viajo sola con ellos porque no quiero depender de las vacaciones de mi marido para ir a visitar a la familia: puesto que yo me lo puedo permitir, prefiero pasar cuatro, o cinco semanas en España, que únicamente las dos que podría estar él. Y el porteo es condición indispensable para esos viajes.
Lo es por practicidad, por seguridad física y por seguridad emocional.
Portear es más práctico
Sin portabebés, solo llegar al aeropuerto me sería complicadísimo.
No siempre podemos ir en coche, y el taxi está por encima de nuestro presupuesto (cuesta unos cien euros), así que solemos movernos en transporte público (un metro, y luego un tren). Con un carrito y las maletas, me sería imposible sortear escaleras (que las hay) o ayudar a alguno de los mayores a subir y bajar del transporte.
Además, en el embarque, el portabebés me facilita mucho la tarea, pues no hay que entregarlo en la puerta del avión: paso tranquilamente y una vez en nuestra fila, con los otros peques sentados, bajo a mi menor y nos ponemos los cinturones.
Ya en el avión, tener un portabebés a mano (yo uso la bandolera por rapidez) es garantía de comodidad: ¿Cómo, si no, ir al baño con la mayor? ¿Acompañar al mediano en sus caminatas por el pasillo para estirar las piernas? Dejar a la menor en el asiento no es viable, y llevarla en brazos me complicaría mucho las cosas.
Y cuando la peque se duerme, a menos que tenga que ponerle el cinturón, puede quedarse tranquilamente en su portabebés: no necesito colocarla en su cunita, realizando complicadas maniobras que puedan despertarla, ni sostenerla en brazos durante un largo rato, sin poder atender a los otros dos.
Aunque si hablo de practicidad, la verdadera prueba de fuego es la llegada a destino, tras quince horas de viaje (en dos aviones), cuando para nuestro cuerpo son las tres de la mañana.
Hay pocas maneras de bajar de un avión con tres niños apenas despiertos y una maleta de mano. Mi mejor combinación es una mochila delante y un ombu detrás. Así llevo a dos y la tercera puede, en caso de necesitarlo, subirse a la maleta de mano. Aunque algunas veces, la alegría por llegar a España es una inyección de energía que les ayuda a caminar, al menos, hasta el carrito del equipaje.
Portear es más seguro físicamente
No soy de obligar a mis hijos a dar la mano: confío en su criterio y los sigo de cerca.
Pero en lugares llenos de gente y con los nervios del viaje, no me quiero arriesgar a que uno de ellos se me pierda en un bosque de piernas mientras yo reviso compulsivamente si llevo los pasaportes, o hago trámites en el aeropuerto.
La tranquilidad que me da el saber que llevo a la peque en un lugar seguro y al mediano de la mano, y que solo tengo que vigilar a la mayor (que a veces va subida en la maleta), no tiene precio.
Con un carrito, no me quedaría ninguna mano libre, y serían dos peques que vigilar. Solo por eso, me merece la pena viajar porteando.
Portear es más seguro emocionalmente
También podría, claro, llevar un carrito y permitir que alguien me ayudara, ofreciendo la mano o cogiendo en brazos a mis peques mientras yo subo y bajo del metro, o del tren, o pliego el carrito para pasar la seguridad del aeropuerto.
Tengo la suerte de moverme entre países en los que no me resulta peligroso que otro adulto me ayude con mis hijos.
Pero a mis hijos no les parece bien.
No sería la primera vez que uno de ellos se niega a seguir caminando, o llora desconsoladamente, después de que un desconocido le ofrezca ayuda. Así que, siempre que puedo, intento ayudarles yo; portear me deja una mano libre, convirtiéndose en una herramienta de cuidado emocional.
Porque el cuidado emocional, en quince horas de avión, es una prioridad: para ellos y para mí. Si te has subido a un avión con varios peques, ya sabes de lo que te hablo.
Una vez una señora se cambió ostentosamente de asiento al vernos entrar en el avión.
Porque en la sociedad occidental, los niños molestan.
Por mucho que intentes abstraerte de ello, cuando vas a pasar tanto tiempo en un lugar cerrado del que no se puede salir, acabarás sintiendo la mirada crítica de alguno tus compañeros de viaje, pues es casi inevitable que uno de tus hijos llore, o se enfade, o necesite algo de acción.
Tener un portabebés entonces nos ayuda a crear un espacio de calma: el peque siente un olor conocido, se aleja de la sobreestimulación visual, puede tomar el pecho y con solo bajar la cabeza podemos cantarle al oído su nana favorita. Sin pensar en los otros. Aportándole calma con los cinco sentidos. Construyendo un espacio íntimo en medio del bullicio de un avión.
Porteando, mi día de viaje es mucho más sereno porque el día de viaje de mis peques se parece a un día normal, a pesar de que un viaje de quince horas no tiene nada de normal.
Y después de la primera (y muy corta) noche, el porteo es también nuestro fiel aliado para el jetlagg: porque aunque a veces en destino nos espera un carrito, siempre habrá otro peque cansado; porque así pueden descansar las horas que necesitan aunque no tengamos una cama a mano; porque les puedo ofrecer un lugar de calma en un entorno cargado de estimulación.
Practicidad, seguridad física, seguridad emocional.
A algunas personas les sorprende que viaje sola con los niños, pero para mí es muy importante saber que soy capaz de llevar mi vida a cuestas. En sentido literal y figurado.
Y también, por qué negarlo, me gusta llevar la contraria a las ideas preconcebidas: sí, se puede viajar de forma serena con tres peques.
Aunque en la sociedad occidental los niños molesten.
Sobre Ana
Filóloga, profesora y apasionada de la educación, Ana tiene un emprendimiento, «Escribo como educo».
Es un servicio de redacción digital con el que ayuda a emprendedoras en el campo de la maternidad y la educación a comunicar sus negocios a través de las palabras. La encuentras en su Fanpage, y en su perfil de Instagram.
