«El manto de Durc: el manto que había usado para llevarlo junto a su pecho, cuando era bebé, y sobre la cadera antes de que aprendiera a andar. Era lo único que se había llevado consigo, al abandonar el Clan, sin ningún propósito determinado. Sin embargo ¿cuántas noches, en su soledad, había hallado en aquel manto un vínculo con los seres que amaba? ¿Cuántas veces había llorado abrazada a él? Era el único recuerdo de su hijo y no estaba segura de poder renunciar a él.»

«Los Hijos de la Tierra» Auel, Jean M.

«Vendo mochila XXXXX, trotada pero en buen estado. Acepto paypal. Por favor daos prisa en comprarla antes de que me arrepienta, que fue mi primer portabebés y estoy llorando un poquito.»

Post habitual en grupos de compra-venta de portabebés de segunda mano.

Ilustración: Mrs Mirwil Doodle

Nuestro primer fular.

O bandolera o mochila o el primer portabebés que hayamos tenido.

Ese que nos hizo enamorarnos del porteo. O que tal vez no disfrutamos plenamente por desconocimiento o cualquier otra cosa, pero nos trae a la memoria recuerdos, olores y sensaciones.

Ese, que creemos reemplazable, pero que luego de un tiempo añoramos con tanta nostalgia.

Muchas intentamos volver a recuperarlo. O compramos uno parecido.

En la mayoría de los casos atesoramos portabebés de manera especial, con la esperanza de que arropará a nuestros nietos. O de que será un bonito recuerdo para cuando nuestro pequeño moflete con patas sea un hombretón de pelo en pecho (o un mujerón que nos roba los zapatos). A eso portabebés, algunas mamás frikis, les llamamos «legacy».

Pero el primer trapo, si lo logramos conservar, es sólo para nosotras. Para tratar de encontrar de nuevo entre sus fibras el olor dulzón de esa cabecita que sólo queda en nuestro recuerdo.

Eso explica el sentimiento de duelo cuando lo vendemos o lo regalamos. Y esa irracional alegría cuando vuelve a nuestras manos por los caminos más insospechados.

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Mi primer fular fue un trozo de camiseta marrón

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Si mi primer trapo hablara ¡contaría tantas cosas!...

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Cuando lo vendí, embarazada de mi segunda hija, para comprarme otro «dizque» mejor, me costó dárselo a la chica que me lo compró. Y en un arrebato de demencia casi le pido que me lo devuelva.

Cuando vi que como yo, habían muchas mamás que sintieron lo mismo en algún momento, supe que no estaba loca. Que en verdad hay una conexión especial entre tu primer trapo y tú y que en algunas culturas incluso existen objetos similares que se veneran y consideran sagrados. Como si un trozo del alma de la madre y el niño quedaran impregnadas en la trama de la tela.

Ya no tengo mi primer trapo conmigo, y con toda probabilidad jamás lo tendré de vuelta. Pero la vida me ha compensado con creces y mis portabebés, han sido casi todos, obsequio de personas a las que quiero muchísimo y por ende llevan consigo un poco de esa magia amorosa. Curiosamente además de haber llevado a mis niños en ellos, son parte de mis herramientas para llevar el pan a casa.

Y para ayudar a otras mamás a encontrar su primer trapo.

Cuéntame ¿aún tienes contigo tu primer portabebés?

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contacto

Elena López

Asesora,

consultora y

formadora de Porteo

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